Introducción  

(Para descargar el libro ‘Class Power on Zero Hours’ en ingles)

En enero de 2014 decidimos mudarnos a un barrio de clase trabajadora en las afueras, al oeste de Londres. Sentíamos la urgente necesidad de alejarnos de la burbuja cosmopolita y basar nuestra actividad política en trabajos y vidas de clase obrera. Queríamos ir más allá de simplemente repetir el clásico eslogan, ¨la emancipación de la clase trabajadora será obra de los trabajadores mismos.¨ A lo largo de los siguientes seis años se nos unieron otros camaradas y trabajamos en una docena de almacenes y fábricas. Organizamos acciones en plantas de producción, aporreamos las puertas de jefes y caseros con nuestra red de solidaridad y nos golpeamos la cabeza contra un muro como delegados de sindicatos oficiales. Escribimos acerca de nuestros éxitos, así como de los callejones sin salida que nos encontramos, en nuestra publicación, Workers Wild West, de la cual repartimos unos 2000 ejemplares mensuales en fábricas de la zona al amanecer. Tratamos de reconstruir un poder de clase y crear una pequeña célula de organización revolucionaria. Este libro documenta nuestras experiencias. Es material para echar raíces. Es una llamada a crear una organización autónoma para la clase trabajadora.

No fue necesario que abandonáramos nuestras ¨carreras¨ para hacerlo. En esa época estábamos o bien trabajando ya en fábricas y almacenes o dando tumbos en Berlín sin tener muy claro qué hacer. Uno de nosotros había trabajado durante diez años en ONGs, y había abandonado ese mundillo con la  sensación de que ¨todo está corrupto¨ y de que intentar cambiar las ¨políticas gubernamentales¨ era una pérdida de tiempo. Por lo tanto, tampoco supuso un cambio muy grande mudarnos a un barrio de clase obrera donde encontrar centros de trabajo más grandes y con un valor más ¨estratégico¨ para buscarnos un empleo. No sentíamos tanto que ¨abandonábamos¨  sino que más bien nos ¨conectábamos¨. Mucha de la gente que conocíamos estaba o trabajando en aburridos empleos de oficina, haciendo solitarios doctorados o quemándose a la búsqueda de una exitosa carrera. Así que no teníamos miedo de perdernos nada interesante. 

No éramos parte de un grupo más grande en ese momento, así que teníamos que empezar de cero. Y con un poco de suerte, otra gente se enteraría de nuestra experiencia y se uniría a nosotros. Eso resultaría más difícil de lo esperado. Nadie en los ambientes de izquierda de Londres había ni siquiera oído hablar de Greenford, lo cual no es sorprendente teniendo en cuenta que se trata de un auténtico desierto cultural, en la zona 4 del metro de Londres. Pero es allí donde decidimos mudarnos después de hacer unas cuantas vueltas de reconocimiento para conocer la zona. Nuestras primeras impresiones fueron las de un lugar anodino donde la gente simplemente intenta seguir con sus monótonas vidas y salir adelante. Sin embargo, rápidamente nos dimos cuenta que este lugar era un ejemplo vivo de las realidades cotidianas detrás de los titulares de la prensa de la época: ¨La llegada masiva de inmigración polaca¨; ¨El impacto de los contratos de cero horas¨*; El fenómeno del crecimiento económico con bajos salarios y altas tasas de empleo; inmigrantes en empleos de baja cualificación; el crecimiento del sector logístico; el aumento de la precariedad después de la crisis de 2008; el crecimiento de la automatización y la a menudo exagerada idea del papel de la robotización. Muchos escritores de izquierda hablan sobre estos temas, ¿pero saben realmente de lo que están hablando? Echando raíces en una zona cómo esta estaríamos en una mejor posición para averiguarlo. 

Los fines  

Cuando sales de la estación de metro lo primero que ves es la tienda de alimentación polaca en la acera de enfrente. A su lado un barbería, una inmobiliaria y un local que vende pollo frito a precios populares. Si giras a la izquierda, pasas por debajo de la vía del tren y junto a un pub llamado Railway, enfrente la parada del autobús, que a ciertas horas del día está hasta arriba de trabajadores con chalecos reflectantes, avanzas otros cincuenta metros y encuentras los polígonos industriales y los centros logísticos. Entre ellos los centros de distribución de grandes cadenas de supermercados como Tesco y Sainsbury’s, una gigantesca oficina de Royal Mail, el servicio postal británico y una planta de empaquetado de verduras con conexiones globales. La zona es una mezcla de polígonos industriales rodeados de residencias suburbanas. Greenford es lo suficientemente pequeño para que la gente viva y trabaje en la zona, pero suficientemente grande para que los jefes no nos pusieran en la lista negra en seguida una vez empezáramos a agitar entre nuestros compañeros de trabajo. Además está a una distancia razonable del polígono industrial de Park Royal, uno de los más grandes de Europa y donde uno de nosotros encontraría trabajo en una planta de procesado de comida, así como del aeropuerto de Heathrow, probablemente el mayor centro de trabajo de Londres. Está concentrado localmente y a la vez conectado internacionalmente. Estábamos en el conocido como ¨corredor del oeste¨. La principal arteria de comunicación con Londres desde el oeste, plagado de centros de trabajo que hacen uso de la red de transporte nacional e internacional. El 60% de la comida que se consume en Londres es procesada, empaquetada y transportada por este ¨corredor del oeste¨. Esta zona es un ejemplo de una de las principales contradicciones del capitalismo: el enorme poder que potencialmente tienen los trabajadores de forma colectiva, sobre todo si pueden afectar el suministro de alimentos hacia una ciudad como Londres, mientras al mismo tiempo de forma individual son débiles. Esto se debe al hecho de que tiene que buscarse la vida en medio de la política gubernamental de ¨ambiente hostil¨*, con pocas redes de seguridad u órganos efectivos para combatir la degeneración de las condiciones de trabajo en el sector de baja remuneración actual. Como revolucionarios, queríamos promover la auto-organización entre estos trabajadores que han sido por lo general ignorados y abandonados por la izquierda. 

Así que hicimos las maletas y nos fuimos del este al oeste de Londres, lo cual supuso un auténtico shock cultural. De bloques de casas en el centro con sus vibrantes mercados de comida a las interminables filas de casas en los suburbios y los campos de golf. Encontramos una habitación por 450 libras en una casa compartida anunciada en el escaparate de un comercio local, pagamos el depósito y nos mudamos. Fue fácil encontrar trabajo. Solo tenías que apuntarte en una agencia de empleo de la zona, de las que había unas cuantas, y al día siguiente ya te mandaban a algún sitio. Dejamos el curriculum y escribimos nuestra propia carta de recomendación (nadie comprobaba tus referencias de todas formas) Al principio éramos solo dos, pero con el tiempo se nos unieron otros compañeros de Hackney o Essex, así como de otros lugares más lejanos: Polonia, España, Eslovenia, Australia, India y Francia. 

Entre todos trabajamos en multitud de empresas de la zona. Unos de nosotros trabajó en el almacén de la firma de moda Jack Wills, viendo como los bolsos de cientos de libras eran empaquetados sin demasiado cuidado y criaban polvo en los estantes del almacén. Nos hicieron dar vueltas con carritos hechos de cartones, preparando pedidos, colocando las devoluciones, con grandes objetivos que cumplir y con tu velocidad siendo controlada por un dispositivo de escaneo – todo ello entre altas temperaturas y una manager polaca que podría haber sido guardia de un campo de concentración nazi. Uno de nosotros trabajó en un almacén de muebles de jardín, tres trabajamos en un centro de distribución de Sainsbury’s y uno de nosotros se pasó the meses robando muestras de un almacén de productos cosméticos de Neal’s Yard – donde claramente no trataban de forma más ética a sus trabajadores que a sus productos botánicos. Uno de nosotros condujo un vehículo eléctrico cargando bebidas para ser enviadas a supermercados Waitrose. Uno trabajó en una planta de ensamblaje de impresoras 3D, viendo desde dentro de que se trata eso de la ¨tecnología liberadora¨. Uno hizo una agotadora prueba, no remunerada, en la fábrica de alimentos de Charlie Bigham, otro en una planta de procesado de aperitivos indios, haciendo samosas a destajo. Uno condujo un toro mecánico en Bendi, y se llenó el estómago en la cantina gratuita de Alpha LSG, una empresa de catering para aerolíneas. Fuimos camareros de cretinos ricos en un hotel de Premier Inn. Barrimos hojas y vaciamos contenedores de basura con Amey, la subcontrata de limpieza urbana del ayuntamiento de Ealing. Pero donde más sangre, sudor y lágrimas dejamos fue en dos lugares: como conductores de una furgoneta de repartos para los supermercados Tesco y manejando un toro en la planta de embalado de comida Bakkavor, que suministra hummus y comidas preparada a los principales supermercados. Nuestro trabajo y experiencia organizativa en esos dos lugares supone la mayoría de este libro del capítulo 7 al 10. 

De donde veníamos                                                                                   

En los últimos años se han escrito muchas cosas sobre las condiciones de los lugares de trabajo modernos. Desde el periodista que “se infiltró” para trabajar en Amazon, hasta los titulares acerca de la compañía Sports Direct en los que “una mujer da a luz en el baño porque tenía miedo de perder su trabajo”. Estas “denuncias” revelan algunas cosas. En primer lugar, todas suscriben la idea de los trabajadores como “víctimas”. Están oprimidos y nadie lucha por ellos. En segundo lugar, suelen revelar la existencia de una mano de obra inmigrante y, como tal, se les culpa indirectamente de un empeoramiento de las condiciones porque están soportando lo que los trabajadores “británicos” no soportarían. Rara vez se escuchan sus voces por encima de la indignación social-demócrata por las condiciones “dickensianas”. En tercer lugar, los sindicatos están ausentes o utilizan la cobertura mediática para promocionarse como los “salvadores” que representarán los intereses de estos trabajadores, víctimas sin voz. Por último, nunca hacen referencia a la posibilidad de que los trabajadores actúen por su cuenta para acabar con estas situaciones. Aparte de “afiliarse a un sindicato”, que según nuestra experiencia a menudo son cómplices en estas situaciones de explotación en connivencia con los empresarios, no hay indicios de que los trabajadores puedan, o estén, luchando.

Uno de nuestros objetivos es hacer lo contrario de todo eso. En primer lugar, este no es un libro de “impresiones periodísticas”, en el que entramos y salimos de trabajos de mierda, limitándonos a describir y quejarnos de las “terribles” condiciones. Intervenimos en la lucha de clases. Esto no significa ir y decir a nuestros compañeros de trabajo lo que tienen que hacer. Como a todo el mundo, nos llevó un tiempo encontrar nuestro camino y saber qué es lo que podemos hacer. Aprendemos los unos de los otros, pero no dudamos en ofrecer apoyo cuando podemos para fomentar algunos brotes de conciencia de clase, confianza en uno mismo y acción colectiva. Este libro intenta documentar este esfuerzo. Una organización revolucionaria debe existir y actuar en el seno de la clase, no en su lugar, o de forma externa. El programa no existe sobre el papel.

En segundo lugar, ponemos el foco en lo que hacen los propios trabajadores, en lo que hemos intentado hacer con nuestros compañeros, en lo que ha funcionado, en lo que no, y en el porqué. Sólo si basamos nuestra política en experiencias directas como ésta, en la que echamos raíces en las zonas de clase trabajadora, en lugar de limitarnos a llamar a su puerta cuando llega la época de las elecciones, podemos construir un verdadero contrapoder de base, ¡uno que realmente implique a la clase trabajadora! Definitivamente no es tan glamuroso como un partido ¨Corbynista¨ joven y moderno. Es un trabajo duro, con los madrugones y el trabajo monótono. Pero es un alivio no tener que fingir que amas tu trabajo. Y es un verdadero placer conocer a gente de la que muchos en la izquierda sólo han leído sobre ella o a la que dicen representar.

Publicamos este libro en un momento en que muchos en la izquierda se lamen las heridas, abatidos por la oportunidad perdida de aplicar un programa ¨socialista¨ a través del Partido Laborista. Sin embargo, los llamamientos a un “período de autorreflexión” sobre cómo “volver a conectar con los votantes de la clase trabajadora” han vuelto ha no fijarse más que en su propio ombligo, ya que los comentaristas y los grupos de izquierda a principios de 2020 se obsesionaron con la carrera por el liderazgo laborista. No estamos seguros de cuándo el “voto” y las “elecciones” se convirtieron en el único tema de debate de la extrema izquierda, aunque el Brexit ciertamente dio a la “democracia” parlamentaria el equivalente a una descarga de desfibrilador.

Sin embargo, el principal obstáculo para superar el electoralismo es el hecho de que no parece haber ninguna otra alternativa o estrategia viable de cómo llegar desde donde estamos ahora hasta donde queremos ir. Todos podemos estar de acuerdo en que queremos una sociedad libre de explotación y opresión, en la que no estemos matando el planeta, en la que la emancipación signifique libertad real, no sólo la libertad de votar a alguien cada cuatro años. Pero cuando vemos las noticias y miramos a nuestro alrededor, parece que estamos más lejos que nunca de este objetivo. Las noticias están llenas de las tonterías de BoJo (Boris Johnson) y de las peleas internas de los laboristas, pero nos dicen poco sobre los levantamientos masivos en Chile, Sudán, Irak o incluso las huelgas en Francia. La izquierda británica está centrada completamente en la política interna, e incluso eso está a menudo alejado de las realidades de la clase trabajadora británica. Intentamos mantener el foco en los movimientos más avanzados de nuestra clase en todo el mundo, mientras al mismo tiempo basamos nuestra práctica en las condiciones locales de la clase trabajadora. Este libro aborda el campo de tensión intermedio.

Somos sólo un pequeño grupo. Para los que les gusta categorizar, nos situamos en el comunismo de izquierda. Esto puede no significar nada para muchos, y no es realmente importante, aparte de decir que nuestro enfoque de la política revolucionaria se basa firmemente en la auto-organización de los trabajadores. Todo lo que hacemos gira en torno a esta perspectiva: para cambiar realmente la sociedad, la clase trabajadora debe tomar las riendas. No pensamos que el Estado sea una fuerza neutral que podamos doblegar a nuestra voluntad con sólo conseguir la elección del partido político adecuado. Los Estados siempre han sido, y siempre serán, los principales árbitros en el mantenimiento de las relaciones de clase (para más información sobre esto, véase el capítulo 12). La historia nos ha demostrado que todos los gobiernos tienen intereses propios, aunque crean ser diferentes. Desde Syriza en Grecia hasta Podemos en España, pasando por Chávez en Venezuela y Allende en Chile, el capitalismo global no es rival para las políticas ¨socialistas¨, quizás bien intencionadas, pero no por ello menos limitadas por su contexto nacional.

Sugerimos un tipo diferente de política de clase, una que esté centrada en la vida cotidiana de la clase trabajadora. Puede parecer sencillo, pero el hecho de que muchos en la izquierda no tengan ninguna relación concreta con los barios o con la gente de clase trabajadora es un gran problema. Se acaba lamentando su condición de víctimas de la des-industrialización del capitalismo occidental (como gran parte de los votantes del Brexit); de robots (como los trabajadores de los almacenes de Amazon); de esclavos (como muchos de los trabajadores con salarios bajos en los centros de trabajo modernos); o de indigentes (como el creciente número de personas sin hogar y los afectados por los recortes de las prestaciones). ¿Cómo se supone que los robots, los esclavos, los indigentes y las víctimas van a ser una fuerza digna de ser tenida en cuenta? Esta noción de la clase obrera, totalmente desprovista de derechos, no nos permitirá desenterrar su potencial revolucionario. Esto es exactamente lo que quiere la clase dominante.

No negamos que las cosas han empeorado sustancialmente para mucha gente. Pero los que perpetúan estas narrativas victimistas están haciendo un análisis superficial de la realidad. Para profundizar tenemos que partir de cero y emprender un proceso de descubrimiento, junto con nuestros compañeros de trabajo, para ver dónde se encuentra realmente nuestro poder frente a los jefes. El primer paso que hay que dar con nuestros compañeros de trabajo es indagar para entender las condiciones objetivas: ¿cómo se organiza la producción y nuestra interacción? ¿La planifica sólo la dirección o depende de nosotros? ¿Nuestra interacción se limita a las cuatro paredes de nuestro lugar de trabajo o va más allá de estos límites? ¿La tecnología informática reduce a los trabajadores a meras marionetas de la sala de control central? En el marco de estas condiciones objetivas, debemos analizar las subjetivas: a qué tipo de formas de resistencia han recurrido ya los trabajadores.

Esta “investigación obrera” (workers inquiry) tiene como punto de partida el lugar de trabajo inmediato, pero no puede limitarse a él. Tenemos que entender los cambios globales más amplios de la clase trabajadora. No existe una “clase obrera” estática u homogénea. No es una identidad, como la del minero blanco con gorra. La realidad es que medida que la producción social capitalista cambia, los centros regionales y los sectores industriales dominantes también se transforman. Podemos ver esto en el oeste de Londres, donde los trabajadores solían ser ex mineros de Gales que trabajaban en las industrias de la construcción, y cómo esto cambió a la industria ligera y a las fábricas con una mayoría de trabajadores del subcontinente indio. Dentro de este proceso de cambio de industrias, “la clase obrera” también cambia, por lo que tenemos que hablar de “composiciones de clase” específicas durante ciclos históricos o etapas de desarrollo capitalista concretas.

Estos cambios en el proceso de producción transforman la forma de luchar de los trabajadores y sus fines. Por ejemplo, mientras que la tendencia desde los años 80 ha sido dividir las unidades de producción en unidades más pequeñas, así como deslocalizar la producción en el extranjero o en zonas geográficas más amplias, las nuevas tendencias en la forma de organizar la producción están volviendo a reunir a un mayor número de trabajadores.

La dispersión de la producción a partir de los años 80 fue una respuesta política al poder de los trabajadores en los años 60 y 70. Es peligroso que un gran número de trabajadores trabajen juntos bajo un mismo techo o muy cerca unos de otros. Tienden a empezar a hablar entre ellos, a comparar sus situaciones, a plantear reivindicaciones comunes y a cuestionar por qué necesitamos a los jefes. Por eso había que romper esos reductos, aunque eso complicara el proceso de producción. Esa complicación requiere un crecimiento de la logística para planificar las cadenas de suministro. A su vez, esto ha llevado a una reforma de los centros logísticos y los complejos de almacenes más grandes, que reúnen a más trabajadores bajo el mismo techo. Esto facilita el aprovechamiento de un potencial poder colectivo. En los últimos años, hemos visto cómo esto conducía a huelgas y acciones en muchos almacenes de toda Europa.

Sin embargo, el capital encuentra nuevas formas de gestionar el hecho de que los trabajadores se reúnan en mayor número, desarrollando técnicas que nos dividen y nos mantienen aislados unos de otros. Tenemos que saber cuáles son y pensar de forma creativa cómo superarlas. Esto también forma parte de la investigación de los trabajadores (workers inquiry), por lo que dedicamos algunas páginas en cada uno de nuestros informes sobre el lugar de trabajo a esta mirada más amplia sobre la industria alimentaria y el proceso de producción, desde las cadenas de suministro globales hasta la planta de producción y las relaciones entre los trabajadores.

Estas dos cosas -la unión de más trabajadores, lo que llamamos un “proceso de concentración”, y la cooperación diaria entre trabajadores- son las bases reales del potencial revolucionario de la clase obrera. En el trabajo, estamos en condiciones de descubrir que nosotros mismos producimos este mundo, y que la conexión de nuestras luchas más allá de nuestro lugar de trabajo individual puede darnos la influencia política y económica para tomar el poder. La cuestión fundamental es: ¿cómo podemos convertir este “trabajo conjunto” y la cooperación en un arma contra el sistema? ¿Cómo podemos utilizar este conocimiento como punto de partida para organizarnos para nuestros propios objetivos, en lugar de los objetivos del capitalismo?

Nuestras propuestas organizativas tienen que referirse a estas condiciones reales, en lugar de algunas nociones fantasiosas del “precariado” o “la multitud” y sus supuestas necesidades. Está muy bien esbozar una visión de cómo queremos que sea la utopía sin clases, pero si ni siquiera podemos decidir cuándo vamos al baño, o cómo gestionamos nuestro propio trabajo, esto seguirá siendo una quimera irreal, totalmente desvinculada de nuestra vida cotidiana. Junto con nuestros compañeros de trabajo tenemos que crear una cultura de análisis colectivo: en función de nuestra propia capacidad, ¿qué tipo de medidas podemos tomar para presionar a los jefes, y cómo podemos aumentar nuestro número y nuestra fuerza?

Nuestros informes sobre el lugar de trabajo son un intento de responder a este tipo de preguntas. También tratan de nuestras experiencias dentro de los sindicatos, como miembros y también como delegados sindicales de GMB y USDAW. Aunque conocíamos las limitaciones de los sindicatos como instituciones, esperábamos poder crear algún espacio para la auto-organización de los trabajadores dentro de la estructura sindical de la empresa. Elaboramos boletines sindicales, organizamos reuniones de trabajadores y tratamos de promover huelgas. Como era de esperar, descubrimos que los aparatos sindicales modernos están diseñados para sofocar las iniciativas a nivel de base. Incluso cuando surgieron pequeñas oportunidades, por ejemplo con un delegado sindical más combativo, quedó claro que la burocracia sindical pondría todos los obstáculos que fuera capaz.

Niveles de organización

Seamos más concretos sobre lo que debe hacer una organización. Nuestra idea de organización local funciona en cuatro niveles. Ya hemos mencionado los lugares de trabajo y por qué pensamos que nuestra capacidad como productores es crucial en nuestro objetivo de crear otra sociedad.

Al mismo tiempo, es evidente que la gente tiene dificultades fuera del trabajo: con los caseros, los agentes de visados, la oficina de empleo y la Seguridad Social. Así que creamos una red de solidaridad, que apoyó a decenas de personas de la clase trabajadora local. La red de solidaridad aborda el hecho de que el sistema actual nos individualiza y, al mismo tiempo, crea un ambiente de “todos contra todos¨. Decir en voz alta que estamos aquí para apoyarnos unos a otros como trabajadores, no como expertos, es en sí mismo un acto político. Es una oportunidad para conocer de primera mano la experiencia real de nuestra clase, nos permite escuchar y aprender sobre sus condiciones, y hacer amigos.

La red de solidaridad reconoce un hecho histórico: los líderes de la clase media, ya sean religiosos o políticos, fueron capaces de movilizar a las partes más aisladas y empobrecidas de la clase contra los sectores organizados de la misma. Lo hacen ofreciendo una comunidad material e ideológica a las personas que se sienten marginadas. Esto es lo que hicieron los fascistas, y esto es lo que hacen los Hermanos Musulmanes y las bandas mafiosas. Hay que abrir una brecha entre la clase media y las capas más bajas de la clase obrera, mediante el apoyo mutuo sin intermediarios, la acción directa y la solidaridad de clase. Tiene otra función potencial: crear un grupo de apoyo local que pueda movilizarse para dar soporte a las acciones minoritarias de los trabajadores desde el interior de los centros de trabajo más grandes.

El tercer nivel es nuestro periódico, WorkersWildWest. Distribuimos 2.000 ejemplares de cada número fa la entrada de dos docenas de fábricas, almacenes, así como en el aeropuerto de Heathrow, centros de trabajo y zonas industriales. Una publicación obrera es necesaria para poder compartir las experiencias de la red de solidaridad y de los centros de trabajo y reflexionar sobre ellas. La distribución del periódico nos pone en contacto físico con otros trabajadores. Puede crear nuevos vínculos, que es más de lo que puede hacer un artículo de blog escrito de forma anónima. Podemos utilizar el periódico para difundir información sobre luchas relevantes en todo el mundo. Pero el periódico es algo más que un espejo de la clase. Es un medio para discutir nuestras posiciones sobre la situación social más amplia, por ejemplo, por qué el nacionalismo no ofrece a la clase obrera una vía de emancipación. Podemos examinar la historia de nuestra clase y proponer ideas sobre una futura transformación social. A largo plazo, los periódicos y otras formas de autoeducación serán una herramienta adicional para socavar la separación entre trabajadores manuales e “intelectuales”. Por último, el periódico es un foco de atención para nosotros mismos, ya que nos obliga a ser organizados en la práctica y precisos en nuestros pensamientos y lenguaje.

Todo esto requiere organización. La organización no es una etiqueta, un nombre de partido, un santo grial. La “organización” es que pensemos y actuemos juntos y lleguemos a los demás. Es un proceso de aprendizaje conjunto e independiente para socavar el arribismo individual. Necesitamos organización para mantener unida la red de solidaridad, las actividades en los centros de trabajo y el periódico, y para darle a todo ello una dirección. Necesitamos organización para reflexionar sobre nuestras actividades y presentarlas a los compañeros de otras regiones. Como organización asumimos una responsabilidad. La responsabilidad de ayudar a convertir la cooperación global de los trabajadores, que está mediada por las corporaciones y el mercado, en su propia herramienta de lucha internacional. Nuestra organización tiene que ser de utilidad práctica para la clase y, al mismo tiempo, proporcionar una brújula: estas son las condiciones para que nuestra clase actúe con independencia del sistema parlamentario y estatal, y estos son los pasos que el movimiento puede dar para capturar y defender los medios de producción.

En nuestro entorno, intentamos crear un pequeño ejemplo de dicha organización. Queríamos asumir una responsabilidad local en esa pequeña parte del mundo. Esto significaba, por ejemplo, visitar los almacenes locales de Amazon y contar a los trabajadores de allí las luchas de nuestras hermanas y hermanos de Amazon en Polonia. Significó organizar noches de cine sobre los trabajadores de los almacenes en Italia en los centros comunitarios locales para los trabajadores de aquí. Significó transmitir las reflexiones de los compañeros franceses sobre las protestas de los chalecos amarillos a los trabajadores locales a través de WorkersWildWest. Significó hacer piquetes en un restaurante durante la huelga de Deliveroo para difundir las acciones desde el centro de Londres.

Esperábamos poder crear una dinámica fructífera entre los diferentes niveles de organización de clase, que permitiera un salto cualitativo. Por ejemplo, conocimos a unos camioneros del Punjab a través de la red de solidaridad. Estaban empleados en una pequeña empresa de pacotilla, siendo estafados por un jefe de “su comunidad”. Les ayudamos y, a cambio, nos apoyaron en nuestra campaña de organización con el sindicato de base, IWW, en una fábrica local de bocadillos donde había muchos trabajadores del Punjab. Podían hablar con los trabajadores en su propio idioma y nos ayudaron a aumentar el nivel de confianza entre nosotros y los trabajadores de allí.

Más tarde, nos pusieron en contacto con otro camionero de Alpha LSG, una de las mayores empresas de catering para aerolíneas del mundo, donde llevábamos tiempo distribuyendo el periódico y los trabajadores nos conocían pero no habían contactado con nosotros de forma independiente. La red de solidaridad y los estrechos vínculos personales dentro de la clase local nos habían ayudado a pasar de un contacto en una empresa menor a un contacto con un grupo de trabajadores de una multinacional y sus reivindicaciones concretas. En este caso, cuándo les dijimos que no habría una solución legal fácil, decidieron no ir más allá.

Pero, ¿y si lo hubieran hecho? Con el apoyo de un sindicato de clase, podríamos habernos embarcado en un conflicto. Alpha LSG es un centro de trabajo crucial en esta zona: no sólo trabajan en él cientos de personas de la zona, sino que también tienen vínculos con muchos miles más en otros centros de trabajo locales, muchos de los cuales se enfrentan al deterioro de las condiciones en empresas subcontratadas. Los trabajadores de Alpha LSG mantienen el funcionamiento del aeropuerto de Heathrow y, por lo tanto, pueden perturbarlo. El hecho de que un conflicto local pueda iniciarse en condiciones con las que muchos trabajadores mal pagados de esta zona podrían sentirse identificados tendría un efecto dominó entre toda la mano de obra local. El periódico podría difundir la noticia de la huelga desde el punto de vista de los propios trabajadores a otros centros de trabajo locales, forjando nuevos vínculos y ofreciendo solidaridad práctica.

Esto no suena demasiado descabellado. Aunque esta vez no conseguimos llegar tan lejos, ¿quién sabe lo que podría ocurrir en situaciones similares, especialmente si se contara con más compañeros sobre el terreno? Creemos que el marco organizativo es el que necesitamos. Desde luego, es mejor que ir a las habituales reuniones de organizaciones de izquierda en las que hay cinco personas y un perro hablando de Durruti. O ir a una manifestación, a sujetar pancartas de una organización pantalla del SWP y ser totalmente ignorado por los que toman las decisiones. El principal problema es que estos cuatro niveles (lugares de trabajo, red de solidaridad, periódico y organización) tienen que hacerse al mismo tiempo para crear algo más grande que la suma de sus partes. La red de solidaridad puede ayudar a la gente a tomar iniciativas en el trabajo; las luchas en el trabajo, a su vez, pueden dar a las campañas locales más poder frente a las autoridades locales. Estas experiencias prácticas dan a la gente más ímpetu para discutir el panorama general y organizarse políticamente.

Crear una dinámica que conecte los distintos niveles no es fácil. Un grupo de compañeros puede conseguir poner en marcha una iniciativa de solidaridad local o un grupo en el lugar de trabajo, pero siguen siendo experiencias aisladas. Otros compañeros elaboran bellos análisis y declaraciones programáticas, pero van a la deriva en el espacio, sin raíces. Sus pensamientos no son puestos en práctica por la clase. Por eso insistimos en que hay que ver los distintos niveles como un organismo cohesionado y complementario que vive y respira dentro de la clase. Vemos organizaciones en el medio revolucionario, en particular entre nuestros compañeros anarco-sindicalistas, que abordan formalmente todos estos niveles. El problema es que, la mayoría de las veces, sustituyen a la clase por su propia organización. Mientras nosotros pensamos que la organización debe actuar a través de la clase y sus movimientos siempre cambiantes, ellos sugieren que la clase actúa a través de la organización. No se trata de juegos dialécticos. Estas diferencias tienen consecuencias prácticas, que abordaremos en el capítulo sobre la estrategia revolucionaria al final de este libro.

Nuestros esfuerzos en el oeste de Londres no eran para “organizar” como tal. Nuestro objetivo es construir una organización política de clase. No sólo una organización formal de la que la gente pueda decir que es miembro y luego sentarse y no hacer nada. Queremos construir una organización que conste de muchos colectivos locales como el nuestro, que estén arraigados en la organización de la clase trabajadora y en los debates sobre el cambio social profundo. A través de la organización, estos colectivos locales podrían debatir sus experiencias de forma centralizada y contrastarlas con desarrollos más amplios de la lucha de clases para decidir estrategias prácticas comunes. Esperamos que el libro inspire a pequeños grupos entre ustedes a hacer planes en común y tal vez a crear organizaciones similares en su área. Hablaremos más de propuestas concretas en la última parte de este libro, pero por ahora sólo diremos que no necesitas muchos recursos para empezar a ponerte en marcha. No necesitas financiación externa, ni publicaciones y logotipos extravagantes. Puedes hacer mucho más de lo que crees cuando tu práctica política y tu vida cotidiana no están tan divididas. 

Nuestros lectores

Este libro es para cualquiera que piense: “¿Y ahora qué? Puede que estés en una ciudad grande, o en una pequeña. Lo más probable es que estés cerca de algunos grandes centros de trabajo de importancia estratégica. Tal vez ni siquiera lo sepas, has pasado por delante de estas zonas en el autobús y no has pensado mucho en lo que ocurre allí. ¿Por qué no te das una vuelta y lo averiguas? Si no estás cerca de nada potencialmente interesante, ¿por qué no te vas a otro sitio? No necesariamente tienes que conseguir un trabajo de mierda. Pero si de todos modos estás haciendo un trabajo de mierda, ¿por qué no empiezas a escribir un informe sobre cómo está organizado el trabajo, cómo está compuesta la plantilla, dónde están los puntos de presión y tus experiencias y las de tus compañeros? Si sois un grupo, podéis crear una red de solidaridad y una pequeña publicación al mismo tiempo. Documentad vuestras experiencias y poneos en contacto si queréis discutir las cosas con más detalle. Esperamos que este libro pueda inspirarte. Puedes tomar de él lo que mejor se adapte a tus intereses específicos.

Resumen de los capítulos

En el primer capítulo, empezamos por acercarnos a esta zona del oeste de Londres, y a su historia reciente en particular. Queremos que te hagas una idea de la zona en la que nos encontramos y de las importantes luchas que han dado forma a la composición de clases aquí. Los tres capítulos siguientes profundizan en nuestras experiencias: el segundo capítulo habla de nuestra red de solidaridad y de las campañas locales en las que participamos. El tercer capítulo trata de una acción en el lugar de trabajo en la que participamos en los almacenes de los supermercados Waitrose y Sainsbury’s en Greenford. En el cuarto capítulo, hablamos más sobre el papel de nuestro periódico en nuestros esfuerzos de organización, además de compartir algunas instantáneas de nuestras interacciones durante la distribución del periódico.

El quinto capítulo se centra en la vida familiar de la clase trabajadora, así como en las historias personales de las mujeres trabajadoras que hemos conocido aquí en los últimos años. El sexto capítulo comparte nuestras experiencias de la campaña de organización que hicimos con la rama londinense del sindicato Industrial Workers of the World (IWW), así como nuestras reflexiones generales sobre el auge del sindicalismo de clase y la organización de tipo sindicalista.

En la siguiente sección se recogen las consultas de nuestros trabajadores en tres centros de trabajo locales: Bakkavor (una fábrica de procesamiento de alimentos), Tesco (como conductor de reparto en un centro de distribución) y una planta de rellenado de cartuchos de tinta/impresoras 3D. El séptimo capítulo es una introducción al sector alimentario en el capitalismo, en la que se analiza la “producción de alimentos desde el campo hasta las plantas de procesamiento”. Se relata cómo la lucha de clases por una vida mejor empujó al capital a la Tercera Revolución Agraria y a la industrialización del procesamiento de alimentos, y se examina la posición de los trabajadores en la cadena mundial de suministro de alimentos. El octavo capítulo es un relato detallado del “Trabajo y organización en la fábrica de comida preparada Bakkavor”: incluye una visión general de la empresa para que sepamos exactamente con quién estamos tratando; una mirada detallada a la composición de la mano de obra; cómo estaba organizado el proceso de producción; los principales problemas a los que nos enfrentábamos como trabajadores en un régimen represivo de cadena de montaje; las barreras para construir poder obrero; así como el funcionamiento del sindicato oficial GMB, particularmente durante una campaña salarial para conseguir 1 libra más por hora para todos.

Comenzamos el noveno capítulo analizando “La distribución de alimentos en el capitalismo”, para contextualizar la experiencia en el lugar de trabajo en uno de los almacenes de Tesco. Para entender el trasfondo de nuestros intentos de organización y cómo Tesco ha conseguido reestructurar la empresa sin grandes conflictos, tenemos que analizar “El sindicato y las luchas”. Los tres años de trabajo en Tesco se limitaron a un segmento específico y probablemente el más moderno de la empresa, las compras on line y las “entregas de comida a domicilio”. Comprobamos si esta forma de trabajo es sólo algo pasajero o si forma parte de una transformación más profunda y duradera de cómo se distribuirá la comida en el futuro. Para entenderlo, prestamos más atención a “Ocado: el punto más alto del desarrollo”. Esto también es importante para comprender mejor el bombo de la automatización y los nuevos tipos de empresas capitalistas. Ocado desafía la presunción izquierdista de que las empresas que dependen mucho de su valor bursátil tienden a rehuir las inversiones a largo plazo. A continuación, las cosas se vuelven más subjetivas e inmediatas, ya que hablamos de la “Experiencia de trabajo y organización en Tesco” en el capítulo diez. Conoceremos a los compañeros de trabajo, el trabajo diario y la pesadilla de tratar con los jefes. Analizamos las formas de resistencia informal y las contradicciones de ser representante sindical. Habrá risas y lágrimas (de delegados sindicales), e incluso Jeremy Corbyn hará una aparición como invitado.

El capítulo once es un informe sobre nuestra estancia en el departamento de montaje de impresoras 3D de una empresa local que también rellena cartuchos de tinta para impresoras. La empresa se ajusta a gran parte de los criterios de la izquierda laborista (social-demócrata) cuando hablan de alianzas con el sector empresarial contra el capital financiero: es una empresa emergente, tiene una ética ecológica, fabrica productos para el mundo imaginario del “comunismo de lujo”. Si se quiere un relato aleccionador sobre el bombo de la automatización, esta es una lectura esencial.

Terminamos el libro, entre los capítulos doce y quince, con las reflexiones de AngryWorkers sobre la estrategia revolucionaria. Examinamos la división dentro de los movimientos de protesta actuales entre las ocupaciones de plazas y las protestas callejeras, por un lado, y las huelgas, por otro. Planteamos la cuestión de cómo se puede imaginar una toma de los medios de producción una vez que estos medios están dispersos por todo el mundo. Intentamos hablar del proceso de la revolución como un proceso de tareas básicas para la clase obrera, más que como un momento místico. Terminamos esta sección con nuestras propuestas organizativas.

Concluimos con algunas observaciones personales y una reflexión en clave de auto-crítica sobre nuestros seis años en las tierras baldías del Oeste.

Escribimos este libro en seis meses mientras trabajábamos en empleos manuales y mal pagados y mientras continuábamos nuestro trabajo en torno a la red de solidaridad y el periódico. No queremos que nos den una medalla por ello, pero es relevante por dos motivos: lo utilizamos como excusa por el hecho de que el estilo del libro es áspero y un tanto crudo; pero también queremos dejar claro que escribir algo relativamente sustancial no significa que tengas que convertirte en un académico o periodista o asumir cualquier otra forma de profesión intelectual. Cuanto más podamos escribir para el debate colectivo e internacional, como trabajadores en lucha, mejor. Esperamos tener noticias vuestras.

En solidaridad,

Algunos (todavía) Angry Workers


PODER DE CLASE DURANTE EL CONFINAMIENTO – Prólogo a la segunda edición, 2021

Publicamos este libro, ¨Class Power on Zero-Hours¨ en marzo de 2020, una semana antes del confinamiento en el Reino Unido. Acabábamos de dejar nuestros empleos después de trabajar seis años directamente en las tierras baldías del oeste de Londres para dedicar tiempo a promover el libro. El plan era usarlo como una forma de conocer gente con ideas afines con quienes colaborar en el futuro. Las cosas no resultaron como esperábamos.

En lugar de estar en ruta, conociendo a los camaradas en todo el Reino Unido y Europa, vimos como la pandemia lo rodeaba todo a través de nuestra ventana: la pantalla del ordenador, a través de llamadas de ex-compañeros, todavía atrapados en la pesadilla de tener que continuar con su trabajo “esencial” poniendo en riesgo su salud.

Ha sido una época interesante, en la que hemos visto el contenido de este libro bajo una nueva luz. Nuestro enfoque sobre la cadena global de suministro de alimentos y cómo organizarnos en el mal pagado sector alimenticio, mostró su importancia durante la crisis. Los sectores de la venta al por menor, la producción y la distribución alimentaria se pusieron en el punto de mira, ya que el sistema altamente calibrado que lleva la comida “justo a tiempo” del punto A al punto B y luego a nuestros frigoríficos, no pudo hacer frente al aumento de las ventas al principio del confinamiento. Hablamos ampliamente sobre las debilidades de estas cadenas de suministro en los capítulos 7 y 9. Como habíamos visto, la “eficiencia en los costes” o, dicho de otro modo, el dejar los procesos en los mismos huesos –como ocurre con el espacio del almacén-, había limitado el alcance de las empresas de logística para responder eficazmente incluso a un cambio relativamente menor en los hábitos de consumo de los compradores. Frente a los estantes vacíos, la gente empezó a pensar más en profundidad sobre de dónde viene realmente nuestra comida.

A la vista de su posición “esencial” en la economía y el aumento del riesgo de infección, a menudo sin paga extra, algunos grupos de trabajadores comenzaron a exigir más: en EE.UU. los trabajadores de Amazon, los trabajadores de los mataderos y los de la industria del automóvil abandonaron sus puestos de trabajo. En el Reino Unido, sin embargo, no vimos muchos trabajadores “esenciales” que se levantaran y exigieran más. El pequeño número de trabajadores del sector de la alimentación que sí tomó medidas, siguió las tendencias que identificamos en el capítulo 7. A saber: que cada vez más prescindían de los sindicatos oficiales en sus lugares de trabajo, así como ocurría que en algunos centros donde hemos visto colectivos de trabajadores anteriormente, a menudo inicialmente se organizaban a través del sindicato.

Un colectivo de trabajadores de base es crucial para enfrentarse por ejemplo a un virus asesino, cuando necesitan unirse decidida y rápidamente. En Bakkavor, las fábricas de alimentos donde estuvimos activos durante cuatro años, la dirección no tomó ninguna medida de distanciamiento social, ni en la cadena de producción ni en la cantina. Como resultado, en un momento dado, casi el 50% de la fuerza de trabajo de los cuatro centros de Park Royal no fue a trabajar. Esto llevó a que el director de la fábrica, que estaba siendo grabado en secreto, amenazara a los trabajadores con el despido si no volvían a trabajar. Después de que este vídeo se filtrara a los medios de comunicación, aparentemente se hicieron algunos cambios para mejorar las medidas de seguridad dentro de la en la fábrica, al menos en la cafetería. En este sentido, nos mantenemos fieles a nuestros principios cuando decimos que el tipo de “organización” necesaria entre los trabajadores no cualificados para que esto ocurra, no vendrá, en general, de los sindicatos per se, sino de la iniciativa de los trabajadores autoorganizados. En la mayoría de los casos, esto significa empezar de cero. Dentro de este contexto, los repetidos llamamientos de la izquierda para que los trabajadores “se unan a un sindicato” en respuesta a los peligros adicionales que ahora enfrentan al ir a trabajar, muestra cierta ingenuidad, por lo menos para los trabajadores no cualificados. Nuestras experiencias han demostrado que se necesitaría bastante más que simplemente sindicarse.

Durante la crisis hemos visto cientos de grupos locales de ayuda e iniciativas de la comunidad que han aparecido y las que han logrado evitar las sucias manos de los concejales locales, han difundido esperanza y solidaridad. Camaradas del grupo de solidaridad de Croydon, en el sur de Londres, que ya habían empezado a repartir panfletos en una zona industrial cercana y hablar con los trabajadores antes del cierre, estaban bien posicionados para intervenir y apoyar a los trabajadores a los que una franquicia de Pizza Hut estaba estafando reteniéndoles los sueldos. Los conductores y gente que les apoyaba salieron para ¨practicar deporte¨ protestando fuera de la tienda, eso unido a una campaña en redes sociales señalando a Pizza Hut, obligó a los gerifaltes a involucrarse directamente y resolver el problema del salario de los trabajadores. El grupo de solidaridad de Croydon ha logrado hacer muchos más vínculos con trabajadores locales en el camino, un comienzo sólido para su proceso de “enraizarse” en el barrio. La acción de los trabajadores de Pizza Hut también cambió el carácter de los grupos de “apoyo mutuo” en la zona. En lugar de centrarse principalmente en esfuerzos caritativos hacia los más vulnerables, este grupo de solidaridad ofreció apoyo en una lucha colectiva.

Las tensiones de clase durante los confinamientos por la COVID-19 sin duda se han agudizado. Las diferencias entre los “propietarios” y los “desposeídos”, la naturaleza fragmentada y dividida de la clase trabajadora, al menos en el Reino Unido, resultan aún más flagrantes. Muchos trabajadores “intelectuales” pueden trabajar desde casa sin pérdida de ingresos, aunque la vigilancia a través de la tecnología puede haber aumentado. Los trabajadores “manuales” tienen un permiso cobrando el 80% de su salario o simplemente siguen yendo a trabajar si se considera sector “esencial”. Resulta bastante obvio que los trabajadores más “esenciales” son los peor pagados y sin embargo se les presiona para “servir al país” por encima de su propia salud. Al personal sanitario y a los ancianos se les deja que se pudran.

La crisis, sin embargo, obliga a una desmitificación de las relaciones de clase –como todas las crisis tienden a hacer. No creemos que este sea el momento en que las cosas cambien para siempre, pero indudablemente nos lleva un paso más cerca de un cuestionamiento del sistema más radical. La crisis abre más oportunidades para cuestionar cómo funcionan las cosas, por qué, en beneficio de quién y cual es nuestro papel en este sistema. Hemos visto que las reivindicaciones de EPIs pueden llevar a reivindicar salarios más altos y una reevaluación de nuestro trabajo en términos de valor real/de uso. En todo el mundo hemos visto a trabajadores dar el salto a pensar en cuestiones sobre control obrero y en cómo podemos reorientar nuestras actividades hacia algo más útil socialmente, por ejemplo, cuando los trabajadores de Marsella convirtieron una franquicia de McDonald’s en un banco de alimentos. El potencial “desmitificador” de esta crisis es profundo. La gente ve que el Estado está atrapado entre no querer reaccionar debido a intereses comerciales y no poder reaccionar debido al deterioro de la infraestructura por la austeridad. Hemos visto que, en muchos casos, depende de los propios trabajadores el protegerse a sí mismos, por ejemplo, deteniendo la producción no esencial. La gente ve que una pequeña sección de la población mantiene al resto de la sociedad en funcionamiento, los llamados “trabajadores esenciales”. En este punto, la gente también puede ver que el concepto tiene dos intereses de clase diferentes en el fondo. Pueden ver que el Estado trata de usar cierta glorificación de los trabajadores esenciales contra ellos, por ejemplo, implementando cambios legales para hacerles trabajar más tiempo (como en Francia), o limitar su derecho a la huelga (como en España o en los Estados Unidos). Pero la realidad del “trabajo esencial” también hace evidente que, si éste se distribuyera uniformemente y se organizara mejor, todos podríamos trabajar dos horas al día en lugar de diez perfectamente. Otras reacciones del Estado, como de repente el extraordinario gasto monetario y la cancelación de la deuda de 13 mil millones de libras al Servicio Nacional de Salud (NHS), ponen de manifiesto el carácter político de una década de  austeridad, que en el Reino Unido le ha costado la vida a más de 100.000 personas. Parece cada vez más absurdo considerar el dinero como la medida del bienestar. 

No podemos confiar en el hecho de que “todo será diferente después”. En cambio, debemos tratar de recombinar dos elementos del movimiento comunista de la clase obrera: ayuda mutua material y organización para la lucha, tanto en forma de redes de solidaridad como de contribuciones al debate dentro de la clase, como en las publicaciones locales de trabajadores. Para todo ello necesitamos un nuevo lenguaje , que sólo surgirá gracias a enraizarnos como clase obrera, así como mantener debates políticos colectivos.

El papel del Estado durante la gestión de esta crisis ha sido el centro de mucha atención –desde sus políticas económicas para rescatar al sistema a la represión abierta en países como Francia, Líbano y Chile, no es por casualidad que fueran lugares donde hubo movimientos contra el Estado antes de la crisis. Las campañas con reivindicaciones generales de un ingreso básico universal se mantienen en un nivel virtual, dirigidas por el Estado, con poca relación con los trabajadores sobre el terreno. En este momento, sólo profesores en el Reino Unido se han organizado en masa para detener la reapertura de las escuelas. Junto con el “poder de los padres” (“parent power”), constituyen una considerable fuerza social capaz de hacer retroceder los planes del gobierno. Si esta fuerza social pudiera encontrarse con otra comparable compuesta de “trabajadores esenciales”, tendríamos un formidable poder de clase obrera con la posibilidad de dar los saltos adicionales necesarios para un cambio social más fundamental.

En general pensamos que el poder social y material del Estado para introducir el “divide y vencerás” se ve debilitado por la crisis. Sin embargo, esto no significa que la clase trabajadora se fortalece automáticamente para superar las divisiones. En el momento actual podemos ver que los “intereses inmediatos”, las reivindicaciones específicas, dividen a la clase trabajadora tanto como la puedan unificar. En tanto la brecha entre hombres y mujeres crece, entre los inquilinos y los propietarios de las casas, jóvenes y viejos, migrantes y nativos, trabajadores intelectuales y manuales (por decirlo de forma bastante cruda), así como los autónomos y los que no lo son, llamar a la clase trabajadora a unirse simplemente sobre la base de que tenemos un enemigo común, no irá muy lejos. Una estrategia revolucionaria tiene que analizar las condiciones materiales divergentes de las luchas en detalle y contrastar esas diferencias con la única base material para la unificación de la clase obrera: la toma de los medios de producción, que requiere un esfuerzo concertado a nivel mundial. La razón por la que los trabajadores tengan que unirse para tal esfuerzo no reside principalmente en sus intereses comunes, sino en el hecho de que el aparato productivo global no se puede tomar por partes. La base para nuestra solidaridad es la interdependencia material global. Esta es la base de un programa comunista, no basado en la historia o los ideales, sino en medidas programáticas.

Para involucrarte con nuestro nuevo tipo de práctica de la clase trabajadora en el Reino Unido, ¡ponte en contacto!